La otra cara de la desilusión
- Paola Cortés
- 4 abr 2017
- 4 Min. de lectura
Muy por el contrario a lo que habitualmente se dice, des-ilusionarse puede ser lo mejor que le puede pasar a una persona… Ilusionarse es idealizar cómo deberían ser las cosas, situaciones, relaciones e incluso personas. Esa idealización, es fruto de las creencias que componen la forma de ver e interpretar la realidad.
En la primera etapa de vida los seres humanos incorporan del medio en el cual viven, muchas creencias e ideas que conformaran un paradigma con el cual observarán y juzgarán lo que los rodea, tomando esas creencias como la única verdad. Más adelante se van acumulando los resultados de ciertas experiencias que serán “buenas o malas” de acuerdo al criterio que se haya aprendido a aplicar. Estas creencias, basadas en las experiencias pasadas, más el plus de información que se inculca como verdades absolutas, conforman en su totalidad el mecanismo que se tiene para percibir el mundo y de alguna manera contribuye a definir la propia identidad de la persona. De ahí viene eso de que existen tantas interpretaciones de la realidad, como personas existan para interpretarla. No obstante, no se trata de que unos están equivocados y otros en lo correcto, sino que cada uno ve tanto en el entorno como en su interior lo que su propio paradigma le permite ver.
La ilusión de ser libres
La primera idea que trae la palabra libertad es la de salir del encierro de una prisión o similar, sin embargo, en este caso, se habla de estar presos de lo que uno cree. Todo cuanto se piensa, siente, dice y hace no es fruto de la libertad sino de la influencia de lo que se ha tomado como verdadero o falso a lo largo de la vida. Existe en cada persona, una estructura de pensamiento, una lógica instalada que marca los pasos a seguir en determinadas situaciones. Esto quiere decir que antes de que surja un conflicto, cada individuo ya cuenta con un “reglamento” inconsciente de cómo responder ante tal eventualidad. Viendo esto de una forma más abstracta, podría decirse que los paradigmas (conjunto de ideas, creencias) son un círculo. Dentro de ese círculo es que se mueve el ser humano, siempre girando, pasando por las mismas experiencias, generadas por las mismas pautas de pensamiento, que provocan los mismos estados emocionales y derivan en comportamientos repetitivos. La vida en general y las relaciones con uno mismo y con los demás, transcurren en función de programas ya establecidos. ¿Por qué? Porque moverse dentro de lo conocido da seguridad y proporciona una falsa idea de tener control sobre lo que acontece. La gran ironía entonces, es creer que se es libre al momento de hacer elecciones o actuar, porque en realidad existe un límite (el límite del círculo como prisión) que hará que se actúe en función de lo que ya se conoce. El resultado será que, como todo está en perfecta conexión, el pasado, condicionará el presente, y desde ese lugar se proyectará el futuro. En consecuencia, queda anulado el espacio para que llegue algo nuevo o diferente porque ya está desbordado de “más de lo mismo”. Vivir en la ilusión es creer que la realidad que vemos es tal cual como la comprendemos. Una vez más, sólo se ve lo que se ha aprendido a ver…quedando el resto de las posibilidades fuera del campo de la visión.
El verdadero Ser es Vacío
Existe una tendencia inevitable a confundir lo que uno es, con lo que se tiene. Suele suceder que en el intento de responder ¿quién soy?, se piense en el nombre, el rol que se ocupa en la familia o en la sociedad, el género al que se pertenece, etc. Nada de eso es respuesta a la pregunta original. Aferrarse a esa identidad impermanente, (lo que se tiene, lo que se cree, etc.) es una vía hacia la frustración y el sufrimiento, porque todo eso, puede cambiar o puede concluir. Ser en esencia, es Ser sin identificarse con nada. El Ser no tiene creencias, no sabe de “bueno ni malo” de “blanco o negro”. Estar en el Ser es otro estado de conciencia que vive en la neutralidad, es la esencia manifestada en el plano de la experiencia pero sin distorsión. Desilusionarse entonces, es quitar la ilusión de lo poco que se conoce, y abrirse a lo desconocido. Es atreverse a vivir sin saber, vivir en el vacío sin tener la intención de dar nombre o juicio a todo cuanto Es y sucede. Existe una perfección absoluta en todo lo que sucede, hay un propósito esencial que moviliza “las piezas del puzzle”, y sin embargo, muchas veces las personas insisten en acomodar todo a su antojo, creyendo que el criterio propio es el único válido. Eso hace que sea muy fácil caer en la trampa de creer que se tiene el poder para controlarlo todo. ¿Cómo es posible afirmar algo con tanto fervor y abalanzarse con juicios sobre los demás como si uno fuera el dueño de la verdad? ¿Qué tanto se puede saber de la vida si apenas se conoce uno a sí mismo, muchas veces con miedo a indagar en las profundidades de ¿quién soy?
Vaciarse y liberarse
Dar muerte a esa falsa identidad que vive condicionada, no es tarea fácil, aparecerán todo tipo de resistencias, y con certeza dolerá, sin embargo, será definitivamente, un verdadero renacer en libertad. La liberación radicará en entregarse y dejar que el gran misterio que opera detrás de la vida, se exprese a través de uno y lo sostenga en una alineación amorosa con el Universo Original.

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