¿Y AHORA QUÉ MÁS PUEDE PASAR?...TODO!

Parece que están siendo tiempos de mucha conmoción, mucho de lo que estaba estancado u oculto en el inconsciente personal o colectivo comienza a aflorar. Todo lo que estaba bloqueado empieza a abrirse paso, encontrando diferentes vías para salir, unas más amorosas y sutiles y otras que brotan “sin piedad”, dejando en evidencia el cadáver de aquellas viejas formas que hasta ahora veníamos sosteniendo como un tesoro. Van cayendo creencias, ídolos de barro, los engaños para con los demás pero por sobre todo, hacia uno mismo. Las heridas emocionales toman aire, el dolor deja de ser un enemigo que nos aleja del amor y pasa a ser un invitado de honor que nos trae una hermosa experiencia a tener en cuenta. Los errores cometidos...ese sí es un preciado tesoro!

Al limpiarse el camino, la mente se percibe más clara y a la vez va quedando perpleja ante aquello que se manifiesta de forma tan inmensamente reveladora. Es nada más y nada menos, que la vida con una perspectiva más amplia. Todo comienza a verse tan conectado, a tener un sentido hasta abrumador para quien creía ser sólo una marioneta de la vida, incapaz de tener un verdadero propósito por el cual estar donde y como está. Aquello que nunca se ha llorado empieza a salir, las lágrimas limpian y liberan, resignificando el acto de llorar. Deja de ser una forma de mostrarse débil ante el mundo y pasa a ser de los actos más heroicos de estos tiempos, y de los más purificadores.

Es tiempo de silencio, de quietud, de conexión con uno mismo. Se siente la necesidad de alejarse de la influencia del afuera, de las opiniones, de los conflictos de los demás. Muy probablemente, pocos en nuestro entorno comprenderán realmente la importancia de este tramo de la vida, donde nuestra propia compañía es la que nos va a sanar y a dar las respuestas que tanto anhelamos. Vaya acto de coraje el de aquel que declara una tregua con el afuera para ponerse en contacto con lo que ha negado por mucho tiempo, a sí mismo. Cuánta valentía para quedarse ahí, en ese lugar incómodo de velos que caen, de estructuras que se desmoronan, y además, recibiendo los juicios del entorno que desaprueban ese estado, esa decisión, al punto de querer resolverte la vida para ellos no sentir el malestar que les genera verte en ese estado. Pero aún así, permanecer, más allá de los juicios, más allá de las pérdidas que puedan darse en el camino. Es que es un momento en la vida donde todo comienza a decantar. Es una aventura que nadie sabe en qué puede derivar porque desde el momento en que uno se pone disponible a que sea lo que sea, todo puede suceder! Cosas agradables, o algunas que no lo son, extrañas, aterradoras...tanto puede suceder. Permanecer ahí, viendo, asumiendo, comprendiendo además que todo eso también es parte de lo que necesariamente debemos transitar, y también es parte del Amor. Quedarse en ese lugar sin salir corriendo buscando una “pastilla” real o ficticia que haga creer que todo desaparece. Proclamarse jodidamente consciente y dispuesto a estar ahí, lo que sea necesario para desenredar los nudos, aún sintiendo ser un cascarudo dado vuelta, moviendo las patitas sin poder agarrarse de nada para escapar de haber quedado dado vuelta, con el vértigo que provoca sentir al mundo del revés.

Sí, todo lo que hasta ahora había sido, todo lo que creíamos, era sólo eso, una creencia, una idea, todo lo que creíamos ser...¿!qué decir?! Empezar a asumir que tal vez nunca supimos realmente quiénes éramos o qué éramos, y erguirse ante esa congoja para preguntar ¿quién soy? Entonces, todo ese proceso que en apariencia es amargo e interminable, a veces desesperante, empieza a tener un sentido. Se van uniendo los puntos que van dejando entrever el bosquejo del propósito sagrado que nos colocó en esta tierra, en este tiempo y que nos mantiene aquí y ahora. Nace la sospecha de que tal vez, somos ese propósito en sí mismo, manifestándonos en el materia como una expansión del Origen, es decir, del Amor.

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